Un villamercedino que hizo de la caridad un gesto cotidiano
En enero de 1970 una fuerte tormenta hacía temblar a Unquillo. El arroyo creció y arrastró varias casas. Héctor Zenón Aguilera, quien hacía pocos días se había hecho cargo de la parroquia del pueblo, se encontró con una familia de cuatro hermanitos a la que nadie quería ayudar, tal vez por la mala fama de la madre y porque el padre estaba detenido.
En aquél entonces, el cura había pedido expresamente a las autoridades del Arzobispado que lo trasladaran a un lugar donde pudiera ayudar a los más humildes, pero nunca pensó que eso se iba producir tan pronto.
Aguilera nunca imaginó que aquél aguacero iba a ser el comienzo de su gran obra: la Casa del Niño de Unquillo...
Su historia. El padre Aguilera nació el 9 de noviembre de 1930, en Villa Mercedes, San Luis, en el seno de una familia de 10 hermanos, cinco varones y cinco mujeres.
Su padre trabajaba como hachero del ferrocarril, pero luego decidió mudarse a Villa Dolores para abrir una ferretería. El pequeño Héctor tenía 3 años cuando llegó con su familia al valle de Traslasierra, de ahí que él siempre se haya sentido más cordobés que puntano.
“Tengo recuerdos muy lindos de esa época en Traslasierra. Durante mi infancia salíamos de campamento con mi papá; en mi casa podíamos revolver, podíamos jugar. Íbamos a la escuela y, aunque no éramos los mejores alumnos, estudiábamos porque había un deseo de mantener contento a papá y agradecerle todo lo que él hacía por nosotros. Mamá vivió proponiéndonos a papá como un ejemplo de vida, nosotros aprendimos a quererlo por la figura e imagen que nos daba la mamá, y a ella por la figura e imagen que nos daba el papá”, contó el propio Aguilera en el libro La Casa.
Los primeros pasos. Apenas ordenado, Aguilera dio su primera misa en Villa Dolores el 15 de setiembre de 1956, el día de la Virgen de los Dolores. Luego fue trasladado a Capilla de los Remedios, donde se vio que su vocación era ayudar a la comunidad. En este pequeño poblado ayudó a fundar el colegio secundario y se preocupó para que los chicos asistieran a clases.
Posteriormente, el cura fue designado como secretario privado del Arzobispado de Córdoba, pero nunca se sintió cómodo en un lugar donde no pudiera estar en contacto con la comunidad, sobre todo con los sectores más necesitados.
Así fue que le pidió al entonces arzobispo de Córdoba, monseñor Castellano que lo destinara a un lugar donde pudiera desplegar su vocación.
La Casa. Con la imagen de los cuatro pequeños embarrados y sin hogar, Aguilera se hizo la pregunta de su vida, aunque ya sabía la respuesta. “¿Qué hago acá? Y sentí los prejuicios. Al final decidí jugarme, que la caridad era jugarse y entonces los llevé a mi casa. Después le avisé a monseñor Primatesta y él me ayudó a continuar, asesorándome en la manera de contener a los niños. Al tiempo encontré a dos chicos más y el intendente Gustavo Centeno me trajo tres más y me ayudó a sostenerlos. Como cada vez llegaban más niños, monseñor Primatesta me escribió sobre una fotografía de dos manos unidas: ‘Que crezca según Dios’. Y así fue creciendo...”.
En un primer momento, Aguilera albergó a los niños en la casa parroquial, hasta que su capacidad se vio superada. En la Navidad de 1972, el cura recibió un gran regalo: su obra se iba a trasladar a la casona de la Comunidad del Monasterio de San José, perteneciente a las Carmelitas Descalzas.
Actualmente, la obra del padre Aguilera está compuesta por nueve casitas, más unas 35 casas ubicadas en distintos lugares: Unquillo, Río Ceballos, Candonga y Cuesta Blanca, que albergan a unos 500 niños. “Vivimos como vive cualquier familia numerosa. De eso puedo dar fe porque vengo de una familia de 10 hermanos”, así resumió el padre Aguilera su obra.fuente la Voz.com.ar